Volaba libre por el cielo, nada era capaz de detenerlo. Únicamente el viento podía hacer algo con sus fuertes soplidos, convirtiéndose así en el encargado de guiar sus ágiles y ligeros movimientos.
Nunca sabía hacía dónde se dirigía, tampoco en qué momento cambiaría su rumbo, solamente sabía que nada ni nadie le pararía mientras no llegase al suelo.
Un día cualquiera, en un lugar cualquiera, un niño tendió la mano, lo cogió, lo miró detenidamente. Y cuando lo sopló, el molinillo de viento se convirtió en deseo.
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