Albarracín, un enclave fascinante y hasta la fecha
desconocido para mí. Pedro, un genuino escritor y compañero de viaje. David,
nuestro agradable anfitrión, a quien estoy más que agradecido por acogernos de
la forma en que lo hizo, aportándonos cercanía, confianza y un sinfín de
agradables sensaciones. Una combinación perfecta para el inicio de las jornadas
literarias en las que participamos varios compañeros de editorial a través
de distintos coloquios y presentaciones de nuestras obras.
La ilusión y dedicación fueron piezas clave para crear el
ambiente literario deseado, no obstante, me siento obligado a resaltar el
detalle que hizo posible la sorprendente sintonía de los presentes, su
humildad, cualidad que considero fundamental en el mundo artístico por el que
transitan muchas de nuestras ideas.
Durante los dos días que duró el encuentro vivimos intensa y conjuntamente
como consecuencia de la participación en los actos, el compartir comidas,
cenas, alojamiento e incluso emociones, lo que me ha permitido percibir y
disfrutar de la personalidad de una decena de escritores que, al igual que yo,
persiguen un sueño. Nunca había tenido la oportunidad de disfrutar de un evento
literario de estas características, de hecho, he de reconocer que los nervios
me rondaban internamente, sin embargo, y gracias al inigualable clima que entre
todos conseguimos crear, no tardé en deshacerme de ellos y enviarlos al cajón
de las inseguridades pasadas.
Quizás con el paso del tiempo ocurra, sin embargo, a día de
hoy, estoy seguro de que me costará olvidar la confianza que Ángel depositó en
mi al hacerme partícipe del encuentro; la admirable precocidad natural de Juan
Martín Salamanca; los divertidos momentos compartidos con Dioni Arroyo gracias
a Jesús, un lugareño que consiguió hacernos disfrutar la noche aún más de lo
que ya estábamos haciendo; la simpática y alegre actitud de Mónica; el genuino humor de Manolo Royo y su mujer; la
experiencia y sabiduría que desprendían Fernando Pérez Sanjuan y Víctor J.
Macías; las acompañantes y parejas de estos dos últimos, Paloma y Susana; los
lazos de confianza que con el paso de las horas estreché con Pedro García
Gallego; el dulce y avivado carácter de Lucía y Carmen; la incomparable humildad con la que Antonio
Vila hablaba de sus obras y trataba a cualquiera que se cruzase en su camino;
las charlas y situaciones compartidas con Antonio Bosch y Bárbara…y, sobre todo
lo nombrado anteriormente, el gran trabajo organizativo realizado por una
magnífica persona, David Sáez, quien se encargó de hacernos sentir como en
casa.
Hemos intercambiado opiniones, vivencias y reflexiones,
motivo por el cual no creo que hubiese encontrado un lugar más adecuado que
éste para agradecer la inyección de energía con la que regresé a Madrid,
algo más que un buen sabor de boca…
Tantas y tantas sensaciones repartidas en apenas cuarenta y
ocho horas, ¿se puede pedir más?
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