Aylan jugaba hace unos meses junto a su hermano Galip y
otros amigos. Seguramente le encantaba
correr, reír y disfrutar de su inocencia, al igual que el resto de los niños
del planeta. Tanto su familia como un incontable número de familias sirias no
tenían acceso a un mundo como el que cualquiera de nosotros conocemos, sin
embargo, disfrutaban con lo poco que tenían e intentaban ser felices. El
entorno en el que vivían al menos les permitía apoyarse y cuidarse entre sí
mientras estuvieran viviendo bajo el mismo techo a pesar de la violencia que
continuamente les rodeaba.
Pero todo esto ha cambiado drásticamente. Y es que este niño
de tres años ya no podrá abrazar a su madre, ni aprenderá a leer y
escribir, tampoco volverá a escuchar una de las canciones con las que tanto
sonreía…porque han encontrado a Aylan muerto en la orilla del mar mientras
intentaba huir del egoísmo y el dolor que algunos monstruos (y no personas) se
empeñan en causar al ser humano. Es muy duro, no obstante, es la cruda
realidad.
Y ahora es cuando vuelve a tocar abrir bien los ojos y ver
qué es lo que está pasando en el mundo, esto no puede ni debe continuar así,
por el bien de la humanidad. No
deberíamos llegar a estos extremos, la desesperación que se vive en conflictos
de tal magnitud no se consigue en cuestión de horas. Al parecer solo tendemos a
concienciarnos cuando vemos que el vaso está desbordado y el agua cae por todos
lados, no nos engañemos, sabemos que el caso de Aylan sucede a diario muchísimos
lugares del mundo.
Tomemos conciencia, por favor. La madre de Aylan solo quería
un futuro diferente para sus hijos, lo mismo que querría cualquier madre que
estuviese en su lugar.